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LA VIDA EN LA FRONTERA


A todos los amigos solidarios del Chiringuito de Dios. Queridos amigos!


He aquí, os envio algunas reflexiones sobre nuestra vida en la frontera. Yo quiero vivir en la frontera de la vida y no en situación cómoda, retirado de las cruces de caminos y encrucijadas conflictivas de la senda humana en este nuestro tiempo con tintes apocalípticos. Mientras hayan las masas de pobres, una enorme parte de la familia humana, hundida en sufrimientos y agonías y mientras el mal cubre buena parte de la faz de la tierra, mientras haya países enteros en hundimiento y bancarrota y madres en agonía por el secuestro de sus hijas e hijos por alguna causa sin sentido, por fundamentalismos y extremismos yo quiero formar parte de los que trabajan por el bien del mundo con la ilusión no frustrada, creyendo en la utopía de un nuevo mundo de libertad.

Hay fronteras difíciles y de mucho sufrimiento, la de México a Estados Unidos o entre Gaza y Israel, por ejemplo, está el mediterráneo separando dos continentes, la África humillada y la complaciente Europa. Pero hay también fronteras invisibles, menos tangibles, que nos retan al discernimiento para poder comprender lo que pasa, como entre el mal y el bien o la pobreza de unos y la abundancia de otros.

Yo vivo en zona conflictiva, en el Raval-sud de Barcelona, un barrio que intenta la restauración urbana y social. Es un trozo viejo pero estratégico de la ciudad, céntrico, cercano al puerto, pero siguen los narcopisos, la prostitución y aquí los no pudientes, las familias sin recursos, dependen de la beneficencia de centros de ayuda social y de asociaciones como la nuestra, laborando en favor de los más vulnerables, familias enteras. Hay clanes mafiosos que dominan grupos de personas y mercados ilegales entre ellos la prostitución y el tráfico de drogas.

Luego están nuestros propios usuarios del Chiringuito de Dios. Los ‘sin techo', los sin hogar, los sin papeles con su dignidad humana por los suelos, ambulando de un lado al otro en la gran ciudad, malviviendo del mendigar, muchos de ellos es gente noble buscando una oportunidad para salir de este círculo vicioso. No debería haber personas durmiendo así en la intemperie absolutamente abandonados de nosotros. Otros en este submundo se dedican al robo y tráfico de drogas y de atracos, mujeres que buscan su sostén a través de la prostitución. Otros se buscan la vida como chatarreros, empuchando carros de compra sustraídos de los supermercados. Es una vida dura, sin documentación en muchos casos y sin derechos.

Las plazas y jardines del centro de Barcelona y la colina verde del Montjuic se estropean y deterioran a causa de estos infelices, hay escorias y basuras, excrementos humanos, cartones y todo tipo de deshechos por todos lados, ropas y mantas tiradas después de mojarse en la lluvia o llenos de chinches y suciedad... Todo dejado atrás después un provisional uso de una noche, un insulto a los ojos y a la sensibilidad ecológica, un adorno feo en nuestro habitad. Esta multitud sin casta ni defensa es gente de todos los países del mundo, no integrados y no deseados por nuestra sociedad. Muchos tenemos miedo de ellos y no sabemos cómo reaccionar. Esta fea realidad brutal es como un quiste, una enfermedad crónica en el tejido social de nuestra ciudad condal. Sería más fácil dejar todo en manos de unos servicios sociales al borde de su capacidad... ¿Y nosotros? Nos quedamos con la tentación de escondernos o girar la mirada al otro lado. Algunos de estos parias modernos llevan la maldición en la boca y parecen atormentados como de mil demonios y en cambio también infligen miedo o desprecio a las personas de su entorno. Algunos con graves patologías, daños emocionales y psicológicos que arrastran esta locura de un día a la otra noche... Los hay que son como hienas y lobos rapaces acechando alguna víctima por algún despiste, siempre dispuestos en atacar...

En éste nuevo siglo XXI a mí me parece, que perdemos terreno frente unos logros civiles conquistados por los anteriores, ellos entregando sus vidas en el combate entre el mal y el bien, la iluminación y el oscurantismo, como los derechos humanos, fundamentales para cualquier ser viviente, y más para aquellas multitudes vulnerables en los países de desarrollo y este cuarto mundo delante nuestras narices. Es un siglo peligroso que nos ha tocado vivir... De repente todo se complica y vivimos en dos mundos separados por estas fronteras invisibles. Estamos bajo sospecha de estar dispuestos de sacrificar una buena parte de la humanidad para nuestra propia seguridad y bienestar. Desde mi dormitorio con la ventana abierta hacia la calle escucho cada noche, cada noche, sin excepción, los gritos de miedo por asaltos o por la desesperación. Nocturnos que con el abuso de drogas y alcohol y desorientados han perdido el rumbo de sus vidas y gritan de agobio por sus frustraciones, maldiciendo su destino o todo aquel que cruza su camino, dispuestos a la violencia y violación. Se escucha desde mi ventana pocos metros encima de la acera a la calle las desvergonzadas conversaciones de chicas y mujeres ejerciendo la prostitución, como negocian la cita y el precio con clientes del vicio, ellas en muchas ocasiones dispuestas a todo para salvarse el pico o la cama. Parece ellas nunca duermen, porque de día las tengo en nuestro centro. Existe como una no declarada línea de demarcación infranqueable entre los cómodos y los desesperados, los que hacen vacaciones y los que huyen de guerras y matanzas. En las mismas playas donde algunos se broncean llegan los ahogados, espectros con el pánico y el miedo escritos en sus caras, cuya piel normalmente no es blanca, la piel blanca es como un pasaporte a una vida privilegiada...

¿Cómo puedo yo vivir mi felicidad, conociendo la condición desesperada de tanta gente enfrente mi propia existencia? ¿Cerrar los ojos de mi sensibilidad humana y vivir un sueño y pagando impuestos para ejércitos, matones y guardaespaldas para que me protejan? ¿Creemos poder protegernos levantando muros y facilitando la entrada en nuestra vida pública a partidos xenófobos a nuestros espacios cotidianos, sean locales, regionales o nacionales?

En la biblia leemos sobre un dios que reclama de los vivos la sangre derramada de nuestros hermanos, “donde está Abel, tu hermano que yace como estiércol en el lecho de la muerte...” Y tú y yo contestamos... ¿Acaso soy yo el cuidador de mi hermano?

¿Para que vivimos? ¿Para ser feliz? La felicidad es la consecuencia de una vida vivida correctamente y no se la puede forzar a la felicidad yo opino. Yo personalmente prefiero vivir en la frontera con mis miedos y tribulaciones y sirviendo, aunque de poco alcance, pero dentro de la vida comunitaria de las masas en marcha hacia nuestro sueño humano, la patria verdadera de la libertad en esta nuestra aldea global.

Como algunos de mis amigos solidarios sabéis, el Chiringuito de Dios hace su sabático y yo intento de descansar un poco más con el trabajo a medio gas, quiero coger nuevas fuerzas y reflexionar sobre los últimos años de servicio en el Chiringuito de Dios y sobre todo el último año de pandemia en el cual gastamos toda nuestra energía. Estábamos de servicio en un ritmo de 7×12... Siete días a la semana y doce horas diarias y reconozco, me gasté enteramente. Ahora toca a descansar y comprender cómo seguir mejor en la próxima etapa del Chiringuito de Dios, a partir de octubre.

Toca levantar un nuevo equipo de colaboradores y diseñar un nuevo servicio a los hermanos de la calle identificando bien sus sensibilidades y necesidades.

Querida/o amiga/o solidaria/o, la razón de esta carta es de mantener el contacto con nuestra base y compartir con vosotros dónde estamos en nuestro peregrinaje por la vida de servicio a los que no deberían ser ni sacrificados ni olvidados...


Un abrazo fuerte

WOLFGANG, ese del Chiringuito de Dios.

¡Saludos, Wolfgang!

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